Mujeres anónimas y heroicas en Antioquia



Ellas viven en lugares que muchos antioqueños no conocen o solo recuerdan de oídas cuando llegan a los titulares de las noticias por hostigamientos, droga, asesinatos atroces y –en general– por  los males del conflicto que nunca vienen solos.

No anhelan portadas de revistas famosas, y hacen su trabajo en silencio, humildemente. La de ellas es una lucha anónima que enfrenta al machismo que aún impera en sus tierras y que -muchas veces- va de la mano de moralismos y de camándula que se suben a los púlpitos y bajan en forma de sermones.


Son dueñas de sus cuerpos, de sus mentes y de sus sueños. Ayudan a que las demás abran los ojos y dejen a sus esposos que les dan mala vida; impulsan a fuerza de terquedad y valiéndose de su saber, la idea de que las mujeres pueden -y están en la obligación- de vivir mejor.


Claudia Martínez es una de ellas: jueza de Briceño alterna su profesión con el oficio de ser mamá. En su juzgado tiene juguetes y una mesa rosa para sentar a su pequeña. 


Además de impartir justicia, en este pueblo cercado por la guerrilla y las bandas criminales -cultivos de coca y minería ilegal incluidos-, se esmera por darle una buena educación a María Salomé, que vivió hace dos semanas un hostigamiento de las Farc a la estación de policía del municipio. 


Con sus escasos dos años y seis meses, y gracias a que su mamá le jugó todo el tiempo, poco se percató del hostigamiento que duró casi 40 minutos. Por precaución la dejaron en Medellín durante una semana. Su mamá se quedó sola en Briceño, acompañada por los perros callejeros que recoge y cuida. 


Al otro lado de la montaña, en Liborina, trabaja una Comisaria de familia a la que no le tiembla la mano para mandar a la cárcel a los esposos maltratadores. Que ella, de nombre Eddy Patricia Herrera, madre de dos hijas en una familia heterosexual, esté abiertamente a favor del matrimonio y la adopción por parte de homosexuales, es un ejemplo de las pequeñas luchas que libran cientos de personas en los pueblos de nuestra Antioquia.

Aquí, en la capital, no conocemos sus voces. Allá, donde la ciudad se olvida y es protagonista el campo con su ritmo, mentalidad y diferencias, ellas son mi esperanza. 

Son luz en medio del oscurantismo que todavía ciega a miles de paisas que aún no conocen otros caminos para ser más libres; es decir, con más posibilidades de elegir qué vivir, a quién amar y en últimas las mujeres y hombres que realmente quieren ser.

Comentarios

Araucaíma dijo…
Mujeres anónimas, mujeres reales a fin de cuentas

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