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Mostrando las entradas de noviembre, 2008

Las montañas

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Estruendo, avalancha, silencio, polvo, todo ha terminado. Una vez más se sacude el corazón al ver que nuevamente las montañas que nos protegen y abrazan se vienen contra nosotros, dejándonos dolor y desolación. Una vez más llega el silencio y la pregunta de cuántos más morirán, de cuándo será el día que podamos vivir tranquilos sin tener que mirar hacia arriba temiendo que la montaña en cualquier momento se venga contra nosotros a cobrarnos que la herimos, que le hicimos un mal corte para poder asentarnos allí y tener una vista imponente que domina el resto de ciudad. ¿Cuándo pasará un año sin hablar de víctimas humanas a causa de los deslizamientos en Medellín?, en esta ocasión varios medios se llenaron la boca diciendo “en un exclusivo sector”, pero eso no importa porque El Socorro, El Poblado, y tantos otros lugares de la ciudad que sufrieron y sufren continuamente con la realidad de los deslizamientos hacen parte de una única problemática que urge solucionar: no basta decir que e

Las víctimas

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Frente a la desaparición de un ser querido, todas las generaciones de las familias se unen. El 26 de agosto de 2008 fui a cubrir al Palacio de Exposiciones una convocatoria del Gobierno nacional con la que congregaron a las víctimas del conflicto que vivían en Antioquia. Al llegar me sorprendió ver tanta gente, toda reunida allí por la misma causa: habían perdido seres queridos en esta guerra fratricida y absurda que lleva cincuenta años y a la que cada vez se le mezclan más problemas. Me puse a pensar y llegué a la conclusión (puede que para muchos sea una tontería pero no me importa) que las víctimas son personas como vos y yo, que no cometieron ningún error en la vida como para ser asesinados, sólo tuvieron mala suerte porque coincidieron en el momento y lugar preciso para encontrarse con la muerte. La diferencia entre una víctima y yo es la suerte, nada más. El párrafo siguiente fue escrito en el “muro del recuerdo” de ese evento. Hoy David sería un joven de 17 años y

Lluvia

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En menos de media hora las nubes se encargaron de oscurecer el cielo y hacer aún más negra de lo normal la noche. Lo que en mi ventana era un tintineo suave se convirtió en un concierto constante de notas graves, unas más fuertes que otras, gotas que en su caer vertiginoso buscaron el destino inexorable, la tierra, que de tanto acogerlas no aguantó más y las dejó correr.

Las cometas y la vida

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Elevarse y dejar volar los sueños y las personas que amas, sonreír al verlos a ambos revolotear entre las nubes (blancas, grises, rojas o amarillas), enorgullecerse por saber que llegaron tan alto. Juguetear como pequeños así estemos grandes, sentir inquietud al pensar cuál será su fin: ¿se enredará en un alambre?, ¿se quedará para siempre en un bache de la vida? Dejar que ambas inevitablemente se mojen, tengan problemas y vicisitudes, no hay elevada de cometa sin nubes negras y sin algodón de azúcar para hacerlas más dulces. Volar con los dos, y cuando llegue el momento enredar la pita, recoger las colas, guardar la cometa y continuar buscando el viento favorable, en otro tiempo y en otro lugar.

En el Metro

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El Metro de Medellín es un buen lugar… Para sentirse muy cerca del otro Para sentirse más veloz que los carros Para esperar la luz del tren Y para dormir cuando vas trasnochado para clase, pero esa foto sí se las quedo debiendo.

Letreros de bus

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Siempre disfruto cuando me subo a un bus y encuentro un letrero, una "calca" o un aviso. Casi siempre hay algo que me llama la atención en ellos, que no comprendo bien o que me hace sonreir. Para muestra dos botones: Está bien... Pero me podría decir, ¿Para dónde iba?

Especialista en hacerle la vida imposible a la gente

El taxista se especializaba en hacerle la vida imposible a la gente, ¿cómo? Jodiendo -en el segundo sentido de la palabra- a los demás. Sin tener una razón aparente, por el simple gusto de pelear, de desgastar la existencia en tonterías, en vanas y fútiles discusiones bizantinas: “es que a mí me encanta pelear con estas viejas”, decía, con brillo en los ojos.   “Una vez le saqué la rabia a una mujer y ella me hizo fuck you ”, comentó con orgullo el taxista en ese trancón interminable de la regional. En ningún momento quitaba los ojos del carro de adelante, en el que iba una mujer, tranquila y conversando con su amiga para disminuir el tedio de la inmovilidad. De un momento a otro comenzó el asedio: sentía satisfacción cuando se acercaba exageradamente al carro de la inocente mujer, no le importaba correr el riesgo de chocarse, al contrario, aumentaba las revoluciones de su Renault 9 y pitaba exacerbado. “Boba”, le decía como si le escuchara. No paraba de hacer gestos y muecas a