En marzo de 2018, luego de regresar de un viaje Ituango, escribí estas líneas. Ahora, con los recientes asesinatos de dos líderes comunitarios en el municipio, volví a él, y quiero compartirlo aquí.
Llevábamos dos años felices,
se sentía en el ambiente: la gente ya se quedaba hasta más allá de medianoche
en los parques, en la peatonal y en los bares. Estábamos haciendo trabajo rural
y fuimos a veredas a 9 horas de camino, lugares a los que no habíamos ido nunca
porque la guerrilla no dejaba.
Sé de una mamá que vio partir a su hija a los 12 años, y que preparó el regreso que muchas noches soñó, simplemente para tenerla al lado, hacerle el desayuno y conversar un rato. Ya no iban a hablar del monte y sus
azares, sino del estudio, de los amigos, del futuro porque la promesa era –y
quiero creer que sigue siendo– que hay un futuro.
Tal vez fuimos muy cándidos.
Empezó a llegar gente rara, que muchos no dudan en tildar de “paracos” y
comenzó la matazón: selectiva para darle a las cabezas y dejar a los rasos sin
rumbo o, al menos, con miedo. Les dieron en las veredas, en los corregimientos
y hasta en la misma peatonal. Linieros que trabajan en la zona han visto
patrullar escuadras completas, con uniformes y fusilería. ¿Quiénes son? ¿De
dónde vienen? ¿Qué buscan aquí?
Mientras tanto en la Zona de Normalización (técnicamente Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación) hay cada vez menos gente (ver: http://www.elcolombiano.com/colombia/paz-y-derechos-humanos/deben-demolerse-zonas-para-la-reincorporacion-EN8870273).
Asunto no sólo de Ituango sino de las zonas que están por todo el país. Hay exguerrilleros
rasos que siguen creyendo y por eso estudian, hacen parte de grupos de artes,
“dan cara” con miedo pero con la convicción de quien toma una decisión para la
vida. La mayoría de dirigentes políticos niegan lo que pasa: que porque
quitaron los sacos de arena del parque ya estamos mejor. Nada. Este año no
hemos podido salir a territorio, el miedo parece de vuelta.
Sin
embargo, aunque poca, la esperanza sigue ahí. Vea que en la conmemoración del
Día de la Mujer participaron cinco exintegrantes de la guerrilla, felices
porque se sentían identificadas como mujeres y porque, por primera vez en
muchos años, pudieron hacer parte de esta conmemoración, más ahora que deciden
sobre sus cuerpos, sobre su futuro, sobre sus vidas.
Mientras
tanto, la televisión sigue mostrando el odio para un lado y para el otro:
contra los exguerrilleros porque no ha habido justicia, contra los políticos
tradicionales que creen que el fuego y la sangre solucionan la inequidad,
contra los dirigentes corruptos que son caraduras y le siguen robando de frente
al pueblo. ¿Dónde terminará tanta rabia? ¿De cuál Colombia hablan aquí y allá?
La
gente aquí volvió a guardarse. Ya casi nadie se queda por ahí hasta tarde. Dicen
que los armados están en las goteras y hasta en el mismo pueblo. Han llegado
muchos a apoyarnos, algunos están aquí desde que comenzó la violencia. La
amistad y la compañía ayudan a sentir menos miedo. Sólo pedimos respeto por
nuestra vida y nuestros derechos, que nos permitan soñar y construir un futuro.
En este pueblo, eso aplica como una nueva oportunidad para todos.
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