Cree
en Dios, le reza al Diablo. Adora a la madre y se encubre en sus faldas. No entiende razones: es el ombligo del mundo,
y no admite la crítica porque aquí todo es lo mejor de Colombia, ¿o qué ciudad
en el país tiene metro?
Usted
ya sabe de quién se trata. Viene del pueblo del azadón, del poncho y la ruana.
Del negocio al interés. De la eterna primavera, la ‘tacita de plata’.
Medellín,
dice mi madre, no es ciega sino orgullosa de lo que tiene, y no es que le duela
verse al espejo, para nada, prefiere simplemente ver lo positivo.
La
siento a ratos pacata, sofisticada y veredal. Hoy –si todo sale bien– será la
más innovadora del mundo, pero también
es cruel. Nadie la entiende, ni los más viejos, y logra regenerarse y
degenerarse a ritmo sin par.
La
quiero como a pocas, y la odio como a ninguna. Valoro su ritmo, a medio galope
entre el frenesí y la calma; amo a sus amigos sinceros – que son pocos–, y me
encanta verla florecida con sus guayacanes rosa, blanco y amarillo, y los
cámbulos cuando despunta febrero.
Y
como la amo no termino de entenderla. ¿Por qué si es tan bella tiene que maquillarse
tanto?, ¿por qué venera a los
extranjeros y cierra puertas a los de sus extramuros?
Sin
ánimo nostálgico, el que le da a los viejitos cuando están que se mueren, pero ¿por qué pasó del cuchillo de varones en
Guayaquil al fusil cobarde entre esquineros?,
¿por qué dejó el honor y la palabra, y lo cambió por la rapiña y la
ventaja?
Ni el
pasado fue mejor, ni el futuro promisorio. El presente es lo único que queda, y
a veces duele, y a veces alegra.
¿Por
qué Medellín, cambiaste tu viaje a pie que nos enseñó Fernando González por los
viajes asesinos en moto o carro?, ¿por qué olvidaste que las montañas están
para escalarse y no para crear fronteras que dividen, enmudecen y atemorizan?
Nací
con la generación perdida, cuando un gringo lunático - que murió hace poco y
llegó al congreso americano- quería bombardearnos. Erradicarnos como una plaga
de cucarachas. Sigo vivo, y leo en los periódicos con desánimo que hay otra
–nueva – generación perdida.
El
fracaso de esta sociedad es mi fracaso. Los avances son mi orgullo. ¿Por qué
sos cada vez menos sensible y más muda?, ¿por qué olvidaste a tus putas finas
de Lovaina y permitiste que se volvieran ‘prepago’?, ¿por qué dejaste de enorgullecerte de tus
verdes y dejaste podrir tu aire?
Somos
malos aprendices, de lo contrario, ya sabríamos de memoria las lecciones del
pasado. Las derrotas y los triunfos que nos legaron los mayores que dicen, como
consuelo, que antes era peor.
Comentarios
La verdad, yo no la odio, ni puedo odiarla, pero también me duele.
http://blueandtanit.wordpress.com/2013/02/26/medellin-agridulce/
Un abrazo.
Pd: Los guayacanes de esta ciudad son hermosos, mi árbol favorito, ese que adorna mi blog y mi perfil en twitter.