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La cocina que le tocó a mis abuelas

Nuestra cocina, y el lugar donde nace el café.

Un fogón, una olla y tiempo, que para muchas madres fue y es la vida entera. Turnos de 12 horas 7 días a la semana, disponibilidad permanente y nulo derecho a compensatorios u horas extras. La cocina es uno de los trabajos más desagradecidos que existe sobre la tierra, sino que le pregunten a mi mamá.
Y no hablo de los chef, que la tomaron por profesión. Hablo es de las que acompañan a los chef y hacen el trabajo sucio, o de aquellas que lo hacen por obligación: porque hay que comer y alguien tiene que prepararlo. 
Trabajan todo el día para 15 minutos a la mesa, ordenan los alimentos para un encuentro fugaz, que algunos desaprovechan comiendo frente al televisor o con el teléfono móvil en la mano. Muchos ni siquiera saborean y le preguntan a su paladar qué comen, eso sin contar los que menosprecian el esfuerzo y botan la comida que les hacen sin siquiera probarla.
Mis abuelas entregaron sus vidas en la cocina. Cuando despachaban a los niños para la escuela se quedaban en ese cuarto lleno de gavetas, ollas, olores y colores para –muchas veces– multiplicar los panes y los peces: preparar en la abundancia de la necesidad.
La campesina hacía fríjoles a diario para un batallón de 13 hijos y un esposo hambriento que era el electricista del pueblo. No había diferencias ni remilgos entre los chicos: era una sola comida, y las opciones eran comer o aguantar hambre.
La de la ciudad, que se casó a los 13 años, poco entendía al principio de sus obligaciones como esposa. Con el tiempo ganó una sazón que ya no está pero quedó en una de sus hijas. Ella, prácticamente obligada por el abuelo, le hacía a los nietos lo que quisieran comer: capricho expresado, comida concedida.
En la ‘coca’ o ‘moga’ que es la extensión de la mesa, está el amor de la casa, el cariño de la familia, la pereza de esa labor cotidiana de pensar qué preparar y llevar al trabajo. 
Investigadores de la Colegiatura en Medellín dicen que a menor clase social es más pobre la canasta de alimentos. El mundo también es lo que comemos y para muchos está reducido a papa, yuca y carne sudada. Otros aprenden de verduras y raíces, de frutos del mar, de pastas gourmet. No falta el que sabe de comida molecular.
Más allá de las tendencias, de modas o nuevos ingredientes siempre habrá unas manos dispuestas. La cocina nunca pasará de moda, siempre estará vigente: allí no solo se cuecen los alimentos, también los sueños y los pensamientos largamente rumiados por nuestras madres. 
Muchos se van en las volutas del vapor de los alimentos, otros quedan en el sabor de lo que comemos a diario.

Comentarios

Tan comprometido como bello. Como para generar conciencia. Un saludo, amigo.
César Mazo dijo…
Y saber lo inútiles que somos nosotros. Todo traído del supermecado listo para hervir. ¡Bonita reflexión!

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