Soñadores en Vida para todos (Comuna 8 - Medellín)

Los sueños de una de las participantes en Vida para todos.
Lo compartí con mis colegas de trabajos diarios. Y aquí también lo quiero dejar. 
(Se que el nuestro es oficio cotidiano. Y que esto es paisaje. Pero hoy tuve que escribirlo, quizás como necesidad y desahogo).

Feliz tarde,

Carlos M.

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¿Cómo contar que parezca sincera y colorida la historia de unos niños que se graduaron hoy de soñadores en Caicedo pese a que una de ellas me diga, sin asomo de pasmo, "Es que a mi tío lo van a matar, a él ya le tiraron un petardo a la casa en la que vive, entonces eso tiene muy triste a mi mamá"?
Me responde una colega:
Omites al tío u omites lo de 'soñadora'. O no haces la historia. O dices que estamos tan jodidos que una niña puede soñar al tiempo que habla de muertos como de juegos con muñecas.
Yo quisiera que los colores se mezclaran, al fin y al cabo el negro y el blanco son sumas de colores. Mezclarlos finamente para decir que hay grises en sus pinturas, como cuando esbozaron la vida en sus barrios, la guerra que no les permite salir de sus casas a jugar a los parques –amenazados–, el miedo que les dice que no son ajenos a este conflicto –así vociferen sus derechos–, que por ellos también llegarán.
En su mezcla de imaginación y realidad, la chiquilla hablaba de una lista de niños en la que están quienes van a matar. Que dejaron un letrero en la puerta del colegio en el que les decían que estaban amenazados, en parte porque había niños de La Torre que estudian en Vida Para Todos.
La paleta de colores se fusionó en sus palabras: quiere ser modelo, azafata, monja. Quiere terminar de aprender a leer y a escribir, y anhela dejar atrás sus miedos, que no la dejan dormir bien. Es una mulata sonriente, conversadora y sincera a sus 11 años. Sin pelos en la lengua para hablar que se sintió feliz pintando, bailando y expresando lo que antes no podía; y también para decir que no es tan feliz en su barrio, en su cuadra, y que está encerrada en su hogar cuando juega ‘chucha cogida’, apenas con dos amiguitas más dentro de la casa.
Según los grandes, la frontera invisible sigue allí, al lado del colegio. Ya no son necesarios los corredores de vida y de seguridad, que llevaban a los chiquillos a la escuela porque -según las autoridades- luego de las vacaciones de mitad de año no hubo tanto ausentismo escolar, que se acercó al 90 por ciento en mayo y junio.

Las mismas profes reconocen que es cierto, que prácticamente ya no se requieren los corredores porque los combos ya están dejando pasar a los chicos –no precisamente porque la seguridad esté garantizada en la zona–.
Es tal la situación que la madre de una de las pequeñas de tercero de primaria fue herida la semana pasada mientras extendía la ropa en la plancha de su casa. Eso fue el miércoles, para más señas, día en el que los enfrentamientos no sucedieron en la noche sino al mediodía, cuando todos estaban en la calle, cuando todos tuvieron que correr a guardarse en las casas.
“Eso fue muy maluco. No teníamos clase ese día, pero igual todos tuvieron que salir corriendo a esconderse”, dice la mulata a quien no deja de acompañarla otra amiga –quien cuenta que una de sus primas está metida con uno de los muchachos de los combos, a quien metieron a la cárcel. “Pero ella siguió con otro de los mismos y mi mamita y mis tías le ruegan que deje a ese muchacho, porque sino después llegan a matar a toda la familia”.
Ellas sueñan a ser  modelos o cantantes. O policías, soldados, aviadores, azafatas, veterinarios y futbolistas. Tres anhelan ser matones y andan en un combo de cinco chicos. Lo anhelan por moda, por poder,  o porque se quieren ver en la cima de los morros. Allí desde donde saben que disparan (así se dibujan a ellos mismos) y donde, según vecinos del colegio, guardan sus armas.
Ellos sueñan, sí, pero la realidad parece no estar a la altura de sus anhelos.  

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