Huyó del mundo atroz que le había tocado en
suerte: más de 300 mil suicidios en los últimos 10 años eran la muestra de una
sociedad enferma o, al menos, desviada. Cambió el trabajo asfixiante y la
producción obsesiva por los viajes y el piano.
Luego de pasar por más de 30 países arribó, en
2007, a Medellín. No tardaron en aparecer periodistas y conciertos: un pianista
japonés no pasaba desapercibido en la ciudad. Masahiro Saigusa era su nombre y
era oriundo de Yokohama.
Le vi una vez, practicaba en un piano Steinway & Sons del Teatro Pablo
Tobón Uribe. La convicción de trabajar para vivir –y no al revés como obran
algunos– lo condujo a un apacible municipio del suroeste de Antioquia, donde
vivió de dar clases de su idioma natal.
Nunca más supe de él, pero las cifras
publicadas esta semana por la Agencia Nacional de la Policía de Japón me lo
recordaron. Los nipones informaron al mundo que las tasas de suicidio redujeron
a sus niveles más bajos desde 2002: 30.513 personas decidieron quitarse la vida
en 2011, 20.867 de ellas fueron hombres. Muertos que se suman a las más de
nueve mil víctimas y 20 mil desaparecidos que dejó el sismo, de nueve puntos en
la escala Richter, de marzo pasado.
En Japón, si bien el suicidio tiene
connotaciones distintas a las de occidente, son continuas las denuncias por
cargas laborales y horarios de trabajo inhumanos, a los que se añaden las enfermedades
mentales de nuestra época, con la depresión a la cabeza.
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