Escritos de otro tiempo, o del mismo.

No quiero dejarlos perdidos entre los papeles de clase. Son simples escritos sin tiempo, párrafos completos o incompletos, trazos de camino, nunca de llegada:


Enero 22/10
Me obligaron al otoño, y yo no lo quería. Me dijeron que nada me pasaría, que simplemente era para vernos bien, todos uniformes. Tengo frío, las ramas desnudas se resecan ante el sol y yo temo morir incendiada. Algo hierve en mí, tengo temor, no quiero el otoño porque puede significar mi muerte definitiva, porque puede significar un para siempre.
Enero 24/10
No puedo extrañar a alguien que abrazo, ni puedo abrazar a alguien que extraño. El problema es que te extraño aunque estás presente, y que estás presente aunque te extraño. Extraña paradoja esta de tenerte y no tenerte, de sentirte lejos y estar tan cerca. No importa, igual te amo.


Enero 25 /10
Por más que pasara el tiempo no se acostumbraba a vivir en la ciudad. Aún los domingos se levantaba antes del alba y sin falta estaba en cama antes de las nueve. Mientras su hermana aprendió a ser de la ciudad, a maquillarse y ser locuaz, ella no lo logró. Se seguía vistiendo de camiseta y sudadera. Las botas pantaneras se las dejó de poner por los sucesivos regaños de su madre: “ya no volveremos allá, entiéndalo de una vez que su papá nos abandonó y que nuestra única casa es ésta, fea y todo, pero no hay otra”.
Iba al colegio pero no le gustaba el cemento, cuando la clase era de dibujo libre sólo había una figura que la absorbía: la vaca, con sus ubres llenas, en un campo verde bañado de sol, con nubes azules y una pequeña casa al fondo.
(Lo peor es que a ella la quisieron volver citadina sus familiares -montañeros también pero vueltos seres de la ciudad a golpes de necesidad-).
Le encantaba comer guayaba viendo a su interior e intentando encontrar ese gusanito delgado y blanco que está dentro y muchos olvidan...


Comentarios

Villa dijo…
Me gustó mucho el de la niña del campo.

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