Estridencia, caos, desorden, diversidad, emoción, pequeñez, suciedad, vida, estilo, elegancia, pobreza, contrastes... Tantas son las palabras que le caben a esta ciudad como tantas las expresiones y los silencios que guarda, indolente. Bogotá se habita, visita, insulta, ama y padece. A Bogotá se le seduce mientras ella te coquetea. Pero cuidado, no estoy enfermo ni es fiebre capitalina. Hace frío y no tengo ansias de protagonismo. Lo que siento en esta ciudad es la tranquilidad que me produce el anonimato, saberme uno entre millones, saber que no importo, que soy nadie y que nadie me reconoce.
Me gusta esta capital a ratos gris y a ratos clara. Me gusta este lugar así me sangre la nariz por el frío que corta y reseca. Sin conocerla, me gusta Bogotá, porque me atrae lo ilimitado, lo oculto, lo que está por explorarse, y esta ciudad es siempre acto en permanente potencia.
Aquí todos van de afán, y muchos son hoscos y tienen rostro duro: ¿qué más se podría esperar de personas que pasan gran parte del tiempo de su vida transportándose de un lugar a otro? Aquí se pasan las horas en un bus, en el “transmilleno” o en los taxis. Aquí los encuentros con el sueño se dan en los asientos de muchos de esos cajones viejos con ruedas que, según mi prima, son los responsables de las pulgas que tienen miles de personas que viven en “Rolandia”, el planeta de los rolos, que se convirtió en el planeta de todo el mundo.
La diversidad es otra palabra que le cabe a esta ciudad: en la misma séptima te encontrás los “punkeros” -el negro es color muy propicio para estas tierras, como los cuadros-, más adelante encontrás un grupo que se parece a las escuelas de samba de Brasil y, por último, llegás a la esquina de los “hiphoperos”.
Bogotá es la ciudad de los gabanes, de las medias veladas, de las botas que sí lucen, de las bufandas de lana, tejidas, delgadas y gruesas; me gustan las pintas bogotanas y pienso -con sinceridad- que ojalá las “grillas” de Medellín (término despectivo para hablar de las mujeres con mal gusto y un poco “busconas”) se dieran una pasadita por la capital, así verían las pintas de muchas de las rolas que se visten para este permanente invierno lationamericano, en el que la belleza no está en lo que se muestra sino en lo que se insinúa: aquí, más que tetas o “gordos” al aire, se observan la presencia y la actitud que dan los colores, las texturas y la superposición de elementos que combinan.
Van sólo tres días de impresiones, faltan otros seis. Vamos a ver qué más sucede.
Comentarios
...aunque prefiero el calor.