(Fragmento de un cruce de correos que tuve con mi amigo Daniel Luján, que ahora trabaja en TV Agro).
Has bien tu trabajo allá porque de él depende la vida de mi vecino
Don Héctor es mi vecino desde hace varios años, no le conozco más de cinco oraciones juntas pero tengo claro que TV Agro es su canal. Nació y creció en Urrao, pero la vida lo puso en los aserríos del Chocó, donde iba a quedarse durante varios meses en los que doña Aura, su esposa y mi vecina, se quedaba sin saber nada de él mientras criaba a Roberto y a Gloria, los hijos.
Él le ha contado a mi mamá que tumbaban los árboles y los ponían a viajar río abajo, que conoció los peligros y la belleza de la selva y que ya no tiene las fuerzas para meterse por allá.
Los años lo dejaron sin posibilidad de trabajar más, y la familia decidió venirse para Medellín. El espíritu de don Héctor, del río y de la selva, quedó metido en ese cuerpo enjuto que le dejaron los años y en las piernas engarrotadas que lo hacen caminar muy despacio -más desde que lo cogió un carro, luego de tomarse unas cervezas en Bello-.
Quedó con la costumbre de levantarse a las 4:00 a.m. y de acostarse a las 6:00 p.m. Como ya no tiene sino un apartamento de 59 metros cuadrados, lo único que lo alivia es prender el televisor y poner TV Agro.
Los días que madrugo, y que miro a su ventanal (sin cortina ni persiana) me doy cuenta de que mira, absorto, las vacas orejinegras y los pastos en los que corren, la naturaleza, que es libre y abierta. Ciertas tardes, cuando abren la puerta, veo que no ha cambiado TV Agro y por eso digo que es su canal favorito.
Ya sabe pues, Daniel, que mejor haga bien su trabajo, para que don Héctor tenga larga vida en el campo. No importa que ya no viva en él.
Has bien tu trabajo allá porque de él depende la vida de mi vecino
Don Héctor es mi vecino desde hace varios años, no le conozco más de cinco oraciones juntas pero tengo claro que TV Agro es su canal. Nació y creció en Urrao, pero la vida lo puso en los aserríos del Chocó, donde iba a quedarse durante varios meses en los que doña Aura, su esposa y mi vecina, se quedaba sin saber nada de él mientras criaba a Roberto y a Gloria, los hijos.
Él le ha contado a mi mamá que tumbaban los árboles y los ponían a viajar río abajo, que conoció los peligros y la belleza de la selva y que ya no tiene las fuerzas para meterse por allá.
Los años lo dejaron sin posibilidad de trabajar más, y la familia decidió venirse para Medellín. El espíritu de don Héctor, del río y de la selva, quedó metido en ese cuerpo enjuto que le dejaron los años y en las piernas engarrotadas que lo hacen caminar muy despacio -más desde que lo cogió un carro, luego de tomarse unas cervezas en Bello-.
Quedó con la costumbre de levantarse a las 4:00 a.m. y de acostarse a las 6:00 p.m. Como ya no tiene sino un apartamento de 59 metros cuadrados, lo único que lo alivia es prender el televisor y poner TV Agro.
Los días que madrugo, y que miro a su ventanal (sin cortina ni persiana) me doy cuenta de que mira, absorto, las vacas orejinegras y los pastos en los que corren, la naturaleza, que es libre y abierta. Ciertas tardes, cuando abren la puerta, veo que no ha cambiado TV Agro y por eso digo que es su canal favorito.
Ya sabe pues, Daniel, que mejor haga bien su trabajo, para que don Héctor tenga larga vida en el campo. No importa que ya no viva en él.
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