Con la compra-venta de notas en la Universidad
Pontificia Bolivariana, de la que soy egresado y contratista, aplican un dicho
popular y una historia. El dicho: “es muy fácil sacar leña del árbol caído”, y la historia es la de los mensajeros de la
antigüedad que, cuando portaban malas noticias, eran asesinados en la comarca a
la que llegaban.
Estas palabras no buscan ni lo uno ni lo otro,
solo piden explicaciones –no como respuestas de un dictado– sino como
reflexiones de una familia a la que pertenezco, y que debe sentarse a conversar.
No hay lugar aquí para las generalizaciones que
nos tildan a todos de corruptos en potencia, ni tampoco para la respuesta
anónima de algunos que hablaron de los medios como unos oportunistas y escandalosos,
que tildaron a un reportero de ‘traidor’ y a una directora de noticias de HP.
Estos extremos nos desvían del tema.
¿Qué nos pasó como familia para que algunos de
nuestros miembros igualaran el cultivo del espíritu con un negocio? ¿Qué
mensaje dimos maestros, estudiantes, directivos y administrativos para que
algunos pensaran que a la Universidad fuimos a comprar y a vender
conocimientos, y no a estudiar?
¿Por qué nuestra respuesta inicial a la
filtración de la FM fue que no se había divulgado el problema porque “es un
asunto que hemos querido manejar con la prudencia, no queríamos llegar realmente
a este punto, a hablarlo de manera pública y queríamos hacer un proceso controlado”
como lo dijo Mauricio Pineda?
La gente, recordando a Fernando González, llega
al lugar vital al que es capaz de alcanzar. Juzgar no siempre es comprender,
porque sesga la mirada. A los falsos jueces –desde los medios y desde las
respuestas de algunos en la Universidad– los dejamos en sus falsos estrados,
mejor ocupémonos de la casa, porque la oportunidad que nos ofrecen es única.
¿Cuál es nuestro manejo de la comunicación en
situaciones de crisis? La UPB sabía de antemano que esta bomba estaba a punto
de explotarle en la cara, y su respuesta resultó tardía, dejando en el aire la
sensación de encubrimiento que deja tras
de sí toda filtración.
¿Quiénes son, cuántos son y de qué carreras son
los que incurrieron en esta conducta?
Verlos, reconocerlos y reflexionarlos quizás
nos lleve a comprender que son como nosotros –solo que tomaron decisiones
equivocadas–. Ese será el punto de partida para re-conocernos, para revisar si
es que el Espíritu Bolivariano se quedó en el papel, para preguntarnos cómo
estamos contando el destino final de los dineros de la UPB (para ver si
disipamos los imaginarios de muchos de que ésta es un ‘negocio’ o, si es del
caso, llegar a reconocerlo sin dolor).
Es valiosa la defensa universitaria del significado
de ser Bolivariano, pero este es un orgullo que se muestra en hechos: las
palabras ya tuvieron su momento de catarsis, lo que más va a valer son los actos
a posteriori.
La letra con sangre ya no entra pero las
lecciones más valiosas de la vida sí entrañan dolor: las del desnudarse, del
despojarse de las ideas preconcebidas, de los logros que pensábamos alcanzados,
de los valores que creíamos defender y reconocer con nuestros actos.
Si los
hechos nos muestran que perdieron su valor es –entonces– el momento de actuar
para reflexionarlos, actualizarlos y volverlos
a construir entre todos.
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