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La cocina, la sangre y los recuerdos


Los tradicionales Cansuizos, de Ituango. 

En La Matanza crece el mejor aguacate del Norte de Antioquia, sus palos se alzaron sobre la sangre que manchó a esta vereda de Toledo, que ya no recuerda su nombre anterior ni oficial, y que decidió quedarse con el del dolor, que hoy solo sirve de referencia.

-¿Y de dónde son estos ‘criollos’?
-De La Matanza, allá crecían unos ‘mencos’ que no cabían en las manos, pero ya son más pequeños aunque igual de ricos.

A mil pesos valía cada criollo, y de buen sabor. La historia de la matanza que le dio su nombre la pasaron de largo los campesinos mientras escogían los aguacates.

Fue una de tantas que ha sucedido en esa tierra que, desde la llegada de los españoles –originalmente habitada por los indígenas nutabes– ha sufrido el fragor del conflicto. No en vano el segundo color de su bandera es el rojo.

Allí, en el restaurante El Balcón, me comí la mejor arepa que hasta ahora pruebo en un pueblo antioqueño. ¿Dónde está el dolor de estas mujeres que solo derrochan amor en sus cocinas y preparaciones? Cada dolor merece un alivio, y entre el agua para cocinar las papas, el aceite para fritar la carne, y el arroz que nunca falta en sus platos, ellas rumian sus recuerdos.

La sangre derramada solo engendra venganza y dolor. Pero aquí es distinto, como si en cada plato ellas hicieran y deshicieran el mundo, que sabe a mantequilla, a quesito o a fríjoles con sazón de un hogar que te recibe, apacible.

Lo  mismo sucedió en Ituango. Una de las mujeres que preparó mi almuerzo ha sido desplazada dos veces por la violencia. Se regresó para su pueblo porque no pudo con Medellín y hoy amasa arepas –que levantan el olor a maíz en el parque de su pueblo– desde las 4:00 a.m.

Ella, que se ofrecía a rellenar mi vaso, a repetirme la ración, y que se esmeró porque cada quien comiera a su gusto, esperaba a que volviera la luz en la cocina para poder limpiarla. En este segundo piso, contiguo al parque, la Asociación de Mujeres Ideales de Ituango tiene un restaurante para atender a los visitantes.

Su pueblo, largamente reseñado por la guerra, tiene el dulce más reconocido en toda la subregión: los cansuizos que hace la familia Palacio Palacio desde hace más de 140 años con una fórmula traída de Europa. Hoy solo quedan dos ancianas de esta familia, que viven de ellos, encargadas de su preparación.

La mamá de Georgina Palacio (conocida como ‘Georgi’), con más de 80 años, es la que los hace. En su sabor no se siente el amargo de haber tenido a un hijo secuestrado, ni el dolor de enterrar a otro de ellos por cuenta de la violencia guerrillera.

Al tocarle la puerta en medio del apagón (“Seguro fue que ‘los muchachos’ se pusieron a hacer daños”, dicen señalando a la guerrilla cuando vuela torres de energía), Georgi preguntó desde dentro:

-¿Qué necesitan?
-Venimos a comprar cansuizos.

No abrió al oír voces forasteras. Solo cuando escuchó una voz del pueblo entreabrió su puerta y nos recibió en su sala. “Es que siempre da miedo, aunque aquí ya esté el ejército, pero es que uno nunca sabe”, dijo Georgi como disculpándose.

Sus dulces han viajado hasta Chile, y los llevan ituanguinos o hijos adoptivos del municipio por toda Colombia. A ella, en varias ocasiones durante el año, le pagan la venida hasta Medellín para que prepare la comida en las fiestas que la colonia de este municipio hace en la capital de Antioquia.

Sin notarlo, estas mujeres lavan la sangre derramada durante décadas sobre los campos que les dan el alimento. No importa, ellas transforman a diario el dolor en amor, y la forma son esos sencillos platos campesinos que se ofrecen plenos a la hora de compartir la mesa.

Comentarios

Lauri dijo…
Hermoso Carlitos!!! Un abrazo con la admiración de siempre..

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