¿Sabe usted por qué le ponen nombres compuestos a la gente?, ¿sabe usted qué le pasa a los que desde el nacimiento tienen a dos personas distintas incrustadas en su propio ser? ¿Tiene usted idea de lo que les pasa a los que pueden ser nombrados de tres formas distintas?, ¿cree usted que lo que le pregunto son estupideces?
Si usted tiene un nombre simple no lea esto, no gaste su tiempo intentando comprenderlo porque no lo hará. Tampoco se esfuerce por sentir lo que siento, eso viene desde el momento en que me nombraron por primera vez.
Ese día mi padre, vestido de pantalón y camisa blanca con zapatos negros, estaba impaciente: faltaban quince minutos para la ceremonia y mi madre, con cola de caballo y vestido rosa con boleros blancos, aún no estaba lista. Yo jugaba en mi cuna, ensuciaba mi vestido blanco con una chupeta roja y movía los pies de un lado a otro para tapar y destapar con ellos las manchas del techo a las que les inventaba historias. Era mi bautizo, el del quinto hijo de la familia, el que sería nombrado Carlos Mario aunque a muchos no les gustara.
-¿Nombre?
-Carlos o Mario, o Carlos Mario, eso depende.
-¿Depende de qué?
-De lo que quiera escuchar, de lo que quiera ver, de lo que quiera que yo sea con usted.
Pese a los afanes llegamos a tiempo, esta vez era mi madre la que conducía el Volkswagen escarabajo verde oliva -le quitaron las ondas de mar y los colores psicodélicos cuando les llegó la vejez, cuando se creyeron lo suficientemente serios como para dejar a un lado las drogas y la fiesta, la paz y el amor-. Mi padre, recién operado de la mano izquierda, me acunaba en su otro brazo.
-Mija, ¿qué le vamos a responder si algún día nos pregunta que por qué le pusimos Carlos Mario?
-No sé, algo le inventaremos, igual la vida es un cuento que nosotros mismos construimos y que algún día terminará.
-No me eludás con respuestas poéticas, ¿qué le vamos a decir?
-No te preocupés que él va a salir como vos: racional, lógico y riguroso. Él será un matemático y nunca contemplará su nombre, a lo sumo lo utilizará para ponerlo en sus tarjetas de presentación.
Yo no creía que la agüita que me iban a echar cambiaría mi existencia, quién iba a pensar que ese aceite para el cabello que me untaron -y que me dejó con una semana de mal olor- me daría un lugar en el mundo. Dos palabras, muy discutidas por cierto, y con eso bastó para cambiarme la vida.
-Necesito que me diga un nombre, de lo contrario no hay trámite, y sin éste usted no es nadie, usted queda indocumentado y será considerado como un remiso.
-Carlos Mario Cano Restrepo, ese dicen que soy.
Mi madre quería ponerme Andrés, mi padre Federico. Andrés y Federico no combinan ni tampoco suenan solos. Se decidieron por Carlos Mario. ¿Combina? Eso decía mi abuela y esa fue la última palabra. El tío sacerdote -siempre hay uno en las familias antioqueñas de antes- fue quien me bautizó: “¿Y qué nombre le pondrán?”, “Carlos Mario” respondieron al tiempo mis padres (mi abuela sonreía de lejos).
¿Por qué hay personas que olvidan uno de sus nombres?, ¿por qué hay gente a la que no le gusta que le recuerden que se llama Andrea Carolina o Sandra Patricia? Los nombres combaten entre sí por ganarse al ser que crece y se define, la lucha es ardua y el castigo es muy grande: en un mundo sin memoria el olvido es el peor compañero de los nombres.
Mis nombres no hacen parte de mi esencia, ¿qué significa eso? Que no soy Carlos ni tampoco Mario, el uno por pasional y ciego, el otro por tranquilo y contemplativo. Aborrezco a los seres que me componen, no soy ni lo uno ni lo otro. Cambiarse el nombre -ya lo he pensado- sería una completa tontería, uno es como lo nombran y no como se nombra, y yo seré para siempre Carlos Mario.
Cuando la gente detesta uno de sus nombres nunca deja que los demás lo conozcan, para mí es diferente: yo siempre me presento en los cocteles y con los amigos de mis amigos como Carlos Mario. A las chicas les digo lo mismo, el problema es que nadie me llama por mi nombre completo porque creen que con llamarme Carlos o Mario es suficiente. No saben lo que siento. No saben lo que significa que olviden la otra parte y me digan simplemente -sin asomo de cuidado- Carlos.
A él le temo y a Mario lo compadezco. A Carlos Mario lo acepté hace tiempo porque no tenía más remedio, porque no podía hacer nada sin él. En ocasiones es difícil saberse tan diferente, en mí confluyen tres personas distintas que nadie nota, yo las vivo y con eso es suficiente. Allá los psicólogos y psiquiatras que todo lo analizan y que siempre que les pregunto me dicen que tengo problemas de personalidad.
- ¿Estado civil?
-Soltero, inconsciente y disoluto.
-¿Edad?
-21 años cronológicos, 50 de tristezas y sólo tres de alegrías.
-¿Dirección?
-Sin rumbo fijo, pero con algunas metas a corto plazo.
-¿Tiene hijos?
-Sí, uno que fue y ya no es, o que es y ya no seguirá siendo. Igual o diferente, lo mismo da. Hijos en acto o en potencia siguen existiendo sin lugar y sin tiempo. Tengo un hijo pero no me pregunte por su nombre.
Si dejo que en mí gane la batalla Carlos estaré perdido. Él abofeteará a Mario y lo humillará, por eso si me toca negar a uno de los dos sería al violento, al que encarcelo y silencio cada que puedo para que no le haga daño a la gente, para que no hiera con sus palabras ni con su negro pesimismo a mis propios sueños.
Hay días, especialmente cuando quiero jugar como un niño, que me presento como Carlos Cano o como Mario Restrepo. Miro la situación y me acoplo a ella: si hay ademanes afectados en la gente, caminar acompasado, y una profunda tranquilidad aristocrática en el aire, me presento como Mario Restrepo. Él sabe manejar esas situaciones, tomar coñac y brindar con champán. Sabe de salutaciones y frases de condolencia, es especialista en hacer visitas a viejitas enfermas y a jóvenes perdidos. A todos los comprende aunque nadie lo comprenda, es caritativo y generoso, buen hombre y bastante tímido, no ha tenido novia.
Carlos Cano es más inmanejable, tiene más libertad y -por tanto- me produce más sorpresas. Pronunciar su nombre es abrirle la puerta a la incertidumbre y a la agonía en el estómago, es penetrar mundos impensados y delirios solitarios. Nunca se detiene: salta de la casa a la ciudad y de ahí al campo, y de ahí a donde lo lleven. Es burdo: no sabe de hondos sentimientos ni de libres pensamientos, no sabe del amor pero sí de las mujeres y el reggaetón. No habla de la muerte porque le teme, no visita a los amigos porque le huye a los compromisos. Es disoluto, descarado y muy sexual, un primario en el total sentido de la palabra.
-¿Talla?
-Un poco, aunque yo diría que la vida no deja un tallón si no un profundo dolor y, claro está, profundas alegrías también.
- ¿Sueldo?
-No hay necesidad, la vida no tiene cómo unirse una vez se despega.
En ocasiones no aguanto más la unión de mis dos seres y los dejo que se vayan, que se salgan de mí y busquen por un rato lo que les dé la gana. Sólo por curiosidad les he seguido los pasos cuando los dejo libres.
Mario se va para la iglesia a llorar a sus muertos y a darse golpes de pecho. Cuando llega allí se arrodilla frente a su dios y pide por la salvación de su alma. De soslayo mira que los demás lo miren, se levanta piadosamente y sale de la iglesia con nuevas esperanzas, rejuvenecido por la alegría supra terrena y dispuesto a perdonar las ofensas mostrando la otra mejilla para que se la acaricien.
A Carlos ha sido más difícil seguirlo, se escabulle con facilidad entre la inmundicia y la oscuridad. Le gusta el centro y lo más sórdido de él. Le encanta ver vidas perdidas y quedarse concentrado en los ojos lelos de los drogos y alcohólicos. Es un peripatético pero nunca ha entrado a los prostíbulos, es menos sórdido de lo que le gusta aparentar.
-¿Alguna otra pregunta?, tengo que irme porque me esperan en casa.
-Sí, un momento que ya estamos terminando. Aquí está: ¿drogas?
-Por supuesto, captopril para la presión e insulina todas las mañanas: ante lo amarga que es la vida decidí llevar una buena cantidad de azúcar en mis venas.
Enero 25 de 2010.
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