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Conciencia fatal



Aquí no se necesita mucho para caer al suelo, herido, sangrando. Aquí no se necesita mucho para perder la vida de a pocos  o en un instante. Aquí los pasos de la muerte son inminentes, aquí se respira la tensa calma, la inquietud de no saber qué sucederá luego... Con la vida.
Muchos dicen que todo va mejor, un buen amigo con más años que yo me dijo que no conozco cómo era Medellín cuando él estaba joven -hace más o menos 20 años-, tiene razón. Yo no conocí su Medellín y sólo juzgo lo que veo: miedo, incertidumbre, sensación de saber que esta ciudad se debate entre el orden que se quiere mostrar al mundo y el caos de unos poderes enquistados que no ha habido tiempo, armas ni palabras para borrarlos.
¿Por qué?
Levantar presuntas razones al aire sería cuando menos irresponsable, pero soy de los que cree que todo se debe a una mezcla de necesidades básicas insatisfechas, ansias de status social por la vía violenta,  mentalidades sociales y estereotipos que se repiten como en un eterno retorno y -por supuesto- el maldito narcotráfico, negocio redondo no sólo para los traficantes sino también para los mercaderes del miedo.
¿Cómo hacer entonces para negar lo innegable? ¿Para ocultar lo visible? ¿Cómo decir que el III Congreso Iberoamericano de Cultura fue un éxito total si el preludio fue la muerte del Director del Parque Biblioteca de Belén William Álvarez, y el colofón fue el asesinato de Andrés Medina de Son Batá, un líder comunitario que desde el teatro y las artes construía para el bienestar de su barrio?
Sí, Medellín se erige como ciudad de eventos de talla internacional: BID, Suramericanos, Congreso Iberoamericano de Cultura. La ciudad está en obra y está en transformación como dicta el discurso oficial, pero no por ello se puede ocultar su paradójica realidad, los contrastes que nos habitan y que no se nos despegan. No por eso se puede negar la sangre que no deja de correr, especialmente la sangre de inocentes con ansias de vivir que -por fatal coincidencia- cayeron a tierra y nunca más se levantaron.

Los mercaderes del miedo
Con estas palabras no me quiero convertir en uno de los mercaderes del miedo que habitan Medellín, mercaderes que vislumbro de dos tipos: los que amenazan y llenan de panfletos a la gente, y los que vociferan henchidos que la ciudad ha retrocedido 15 años en seguridad (¿cuándo realmente avanzó en esta materia si lo único que pasa es que la violencia se calma por ratos?)
Aquí todos se juegan por sus intereses y por eso predican una inseguridad incontrolable y una pérdida del poder por parte del Estado: el primer tipo de mercaderes aprovecha el miedo y se roba la tranquilidad de la gente para seguir con sus negocios y con su poder de facto. Los del segundo tipo aprovechan políticamente los hechos para llenarse la boca con las cifras de asesinatos, para certificar que las labores de los dirigentes han sido ineficaces, para decir que ninguno de los cambios ha valido la pena y que la inversión de estos años se ha ido por un caño.
Me duele Medellín y, en general, toda el Área Metropolitana, porque la muerte abraza cada vez con más frecuencia a los jóvenes que hace un tiempo muchos creían ya estaban lejos de la guerra.
Falta tiempo, ¿y qué pasará mientras tanto?
Invertir en cultura, educación y deporte es un esfuerzo muy válido y valioso que lleva tiempo para dar sus frutos. Tendrán que pasar generaciones completas para saber con certeza si lo que se ha hecho surtió o no efecto, si valió o no la pena.
Por ahora la lucha persiste, esa batalla loca de líderes humildes y tercos que con sus acciones pacíficas literalmente le roban actores al conflicto, convirtiéndolos en seres con otros destinos al de terminar muertos en una acera, en una casa, en el lugar menos esperado porque los andan buscando.
Aquí podés morirte de repente, por una bala perdida que te encontró, por un asesino drogadicto que en medio de su vuelo te eligió como objetivo. Aquí te dan piso por una mala mirada, por un gesto infortunado. Aquí, mi hermano, hay que luchar por la cultura, el avance y la esperanza pero todavía estás en riesgo inminente, en caída perpetua.

Nota:
Ayer veía muchos bebés y niños por las calles de la ciudad, y me preguntaba cuál era la razón para que la gente siguiera viendo a Medellín como la tierra para sus hijos, el paraíso que predican henchidos los paisas que ven este valle como el mejor para vivir. Yo mismo me preguntaba por qué me trajeron al mundo en la época más violenta que ha sufrido la ciudad, y aún no encuentro respuesta que, intuyo, no está en la razón.
Pensaba en esos niños que crecen hoy en nuestra ciudad y sentía con tristeza que todavía el panorama está muy oscuro y que no quiero que a ellos les suceda lo mismo que a nosotros, a quienes nos tocó en suerte por legado de quienes nos preceden un panorama ensombrecido, turbio, aún sin claridad.

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