El tiempo no obedece a mis mandatos ni a mi pensamiento. Es esquivo, inasible, imprevisible. Intento encarcelarlo en horas y planeación pero se resiste a lo que le exijo, burlándose de mis esperanzas pasa a mi lado y me ignora. No me dirige su palabra, su sabiduría de ciego servidor de la muerte. Alejándose me deja en soledad y yo me quedo preguntándome cómo seducirlo, cómo atraparlo, cómo hacerme -al menos- su amigo.
Caminar por Otros Caminos.