Ir al contenido principal

Pilón de Azúcar

Viajar con tedio y con ganas de llegar pronto, aguantar tramos de carretera destapados, sufrir las inclemencias del desierto en un bus -mientras los Willys y las camionetas se deslizan sedosas-, aguantar con paciencia la falta de agua cayendo por un grifo y la falta de una cama para descansar, todo eso se justifica al estar en Pilón de Azúcar.


La dificultad de una cuesta es directamente proporcional a la belleza que nos espera al final del esfuerzo.

Arriba muy pocos se detienen a reflexionar, la mayoría temerosos, la mayoría turistas -como yo- suben simplemente por una foto para poder contar que estuvieron allí. Todos suben despacio y con cautela, llegan a la cima, miran a su alrededor, toman la foto de rigor y se bajan, casi nadie se detiene.

"Tómela rápido que vamos pa' abajo", decía mi familia que se demoró más subiendo que lo que disfrutó de aquel lugar.



Mucha gente se ufana de saber de límites y fronteras, ¿se sabe aquí dónde termina el desierto?

No hay necesidad de describir los colores verdosos del mar, los acantilados que desde allí se veían, la inmensidad del desierto y la inmensidad del mar. Allí estábamos ante dos horizontes infinitos: una tierra a la que no se le veía el fin (y en la que ninguna montaña impertinente rompía la explanada), y un mar ilímite, indescifrable, impetuoso y seductor.


Dos azules separados por una línea difusa, eso son el cielo y el mar.

Allí somos pequeños y frágiles ante lo etéreo e invisible: el viento -que en ocasiones te acaricia y te susurra al oído para que guardes silencio- estaba embravecido, empujaba con fuerza el cuerpo, sacudiéndolo, tornándolo inestable.

Al bajar, la inmensidad de lo visto y la tranquilidad que transmite la naturaleza hacen guardar silencio. Allá arriba la vida nos recuerda que el horizonte, el fin último de todo, se presenta borroso. Al final, en el límite, no sabemos a ciencia cierta qué sucederá.

Hay que caminar con fuerza y decisión, con la cabeza en alto, para aclarar ese borroso horizonte, para descubrir que lo que creíamos fin no lo era, y que así, de infinito en infinito, vamos pasando la vida.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

¿Por qué Pirulín con cola?

Pirulín con cola, pirulín con cola: que dos palabritas hacen una sola. En estos días de finales, en los que todos queremos salir a vacaciones y ya se empiezan a ver los adelantados alumbrados navideños -que en Medellín comienzan desde septiembre- me detengo un momento a contarles por qué el nombre de mi blog. Una vez estaba en casa de mi prima Maria Antonia -una pequeña de cinco años- cuando ella comenzó a cantar esta canción, que en original es entonada por los niños de Cantoalegre en Un, dos, tres por mí y por todos . La sensación que me despertó fue de sorpresa y alegría, verla cantar con la energía y candidez que solo tienen los niños fue recordar aquellas épocas en las que el tiempo no pasaba, tiempos en los que el único afán era salir al parqueadero a jugar con los amiguitos o esperar en la ventana de mi casa la llegada de mi abuelita, con quien jugaba tardes sin término para después caer rendido, dormido, al lado de alguien que vigilaba nuestro sueño. La niñez es como un su...

'Desgarradura' de Piedad Bonnett

Recomiendo su antología 'Los privilegios del Olvido'. Esta foto la tomé en Otraparte el 15 de noviembre de 2011. Hace unos días estuve en Otraparte, Envigado, escuchando a Piedad Bonnett. Recientemente ganó el Premio Casa de América de Poesía Americana por su libro 'Explicaciones no pedidas'. Hoy, Generación de EL COLOMBIANO, publicó su poesía 'Desgarradura', que escribió ella para su hijo -Daniel Segura Bonnett- cuando se fue a estudiar artes a Nueva York. La reproduzco aquí, tal cual salió en Generación, en memoria de Daniel (a quien no conocí) y por ser ella una de mis poetisas favoritas. Desgarradura Otra vez sales de mí, pequeño,                                            mi sufriente. Otra vez miras todo con mirada reciente, y llenas tus pulmones con el aire gozoso. Ya no lloras. El mundo, de momento, no te duele. Todo es tibio esta vez, caricia pura, como...

La tienda de doña Esther

Aún recuerdo el cáncer que la tiró a la cama, la delgadez con que terminó sus días comparada con el bulto que comenzó a crecerle en el cuello, hasta romperle la piel. Mi madre la auxilió, la limpió y la trató con amor. La tendera del barrio, la de gafas gruesas, pelo grisáceo y palabras pronunciadas con enojo y cariño, murió postrada en una cama. Fue de las primeras en llegar al barrio, adecuó con los años y el desempleo una tienda en uno de los cuartos. Nos fiaba porque confiaba en nuestra honradez. Mi madre, cada mes, se quejaba de las 'grandes' cuentas que dejábamos allí: mucha Coca-Cola, leche y muchos chicles. Fue con ella con quien aprendí el valor del dinero y de la costumbre. Aun cuando no estaba saludaba... -Buenas doña Esther, me hace el favor y me da... Y se los apunta a mi mamá. Compré motitas de 100, bombones arco-iris, chicles de 50 (cuál de ellos más duro) y pagaba con el billete verde de 200, el amarillo con naranja de 100 y el azul, como de muerto, de...