Comenzó a desabrocharse la correa y la niña –que aún no articula palabras comprensibles– estiró sus brazos intentando protegerse de lo que tenía en frente, desesperó tanto que tiró la cabeza hacia atrás dándose contra la silla del metro. Lloró, mucho más duro que antes, con unos gestos que buscaban evitar un dolor que ya conocía. A un lado la mamá, al otro el abuelo que terminó de sacarse la correa, envolverse la mano con ella y finalmente darle un “correazo” frente a todos nosotros. La mamá, mirada perdida en lontananza y un pie que movía tan rápido que parecía con voluntad propia. Un señor se acercó a decirle al abuelo que no la golpeara. La mamá le dijo que no fuera metido, que él le estaba ayudando a educar a su hija, que no podía dejar que la niña “le cogiera ventaja”. La niña lloraba cada vez más, intentaba esconderse detrás de su mamá (como si fuera una real protección), y terminó pasándose cuatro sillas lejos del abuelo que la había golpeado porque una señora, más fastidiad...
Caminar por Otros Caminos.