Aún recuerdo el cáncer que la tiró a la cama, la delgadez con que terminó sus días comparada con el bulto que comenzó a crecerle en el cuello, hasta romperle la piel. Mi madre la auxilió, la limpió y la trató con amor. La tendera del barrio, la de gafas gruesas, pelo grisáceo y palabras pronunciadas con enojo y cariño, murió postrada en una cama. Fue de las primeras en llegar al barrio, adecuó con los años y el desempleo una tienda en uno de los cuartos. Nos fiaba porque confiaba en nuestra honradez. Mi madre, cada mes, se quejaba de las 'grandes' cuentas que dejábamos allí: mucha Coca-Cola, leche y muchos chicles. Fue con ella con quien aprendí el valor del dinero y de la costumbre. Aun cuando no estaba saludaba... -Buenas doña Esther, me hace el favor y me da... Y se los apunta a mi mamá. Compré motitas de 100, bombones arco-iris, chicles de 50 (cuál de ellos más duro) y pagaba con el billete verde de 200, el amarillo con naranja de 100 y el azul, como de muerto, de...
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